viernes, 8 de abril de 2011

EL MUNDO VERTICAL III

EL CAMINO: ¿VIVIMOS EL CAMINO?¿O SERÁ MAS

BIEN QUE LO TRANSITADO NOS CONSUME Y NOS

VIVE?


En Venezuela por allá, a finales de siglo XIX y comienzos del Siglo XX, cuando éramos todavía una población predominantemente rural y campesina, porque de eso vivíamos, y se andaba todavía en carretas, en caballos o mulas, y las calles eran angostas y empedradas (las más céntricas), y otras eran de tierra (en las periferias), y Caracas seguía siendo la capital de la república con sus casas y urbanismo que para nosotros hoy, parecería un pueblo, y eso que los Oligarcas de entonces lograron afrancesarla con algunos teatros y otras copias por el estilo, el resto del país era “monte y culebra” como decían despectivamente, y era la gran hacienda, (o sigue siendo) de quienes detentan el Poder Económico.

El Poder Económico (y sus jalabolas internos) en su auge y carrera contra el tiempo, en su alarde arrollador, en su afán de apresurarlo todo, de cambiarle los ritmos y las dinámicas a la gente para promocionar y vender sus productos e inventos, que terminan jodiendo por supuesto a los pueblos, porque el producto no es el carro, el edificio ni la comodidad que te ofrece (entre tantos artilugios), sino todo lo que se tuvo que joder a un pocotón de gente nada más que para producirlo, y por si fuera poco, las consecuencia que tendrá posteriormente en lo social, jodiendo a otro pocotón de gente más, y además todos los vericuetos que se necesitarán para mantenerlo, súmele a eso las preocupaciones que generará (lo que se llama “stress”), en los daños que sobrevienen en la profunda ignorancia de lo que nos rodea y la falta de la dialéctica, cuando hipnotizados por la tecnología y el slogan de “desarrollo”, le echamos la culpa de las desgracias y las llevamos al plano personal, sin analizar que fue algo mucho más planificado y profundo lo que hizo posible eso que después tanto repudiamos: el hecho de que por la televisión y los juegos de video generaciones enteras pierdan su identidad y se eduquen bajo los valores de la violencia, que puede llevar a su vez a la delincuencia, a la drogadicción y a tantos hechos repudiables, solo lo puede generar el capitalismo. (entre tantos ejemplos y variantes)

El hecho de que la gente prefiera echarse en cara las culpas en el plano personal denota una gran ignorancia, demuestra la falta de preparación en amplios sectores de la población para afrontar multiples y variados elementos de neoesclavitud, de colonialismo intelectual, que condicionan actitudes que favorecen única y exclusivamente al libre mercado, destruyéndonos tanto a nosotros como lo que queda de ecosistemas, montañas, lagos, ríos y mares.

A principio del siglo XX si analizamos, nuestra vida como pueblo fue sistemáticamente cambiada para un fin externo, para ello los multiples pastichos ideológicos, entre ellos el positivismo principalmente, un dogma científico que bastante daño le ha hecho a la humanidad, permitieron que bajo la excusa de la modernidad surgiera todo el camino tan agitado y apurado que vivimos hoy.

Antes si bien las distancias duraban más tiempo en caballo y carretas, que ir en autobús, en el carro, en el tren o en el avión, existía la posibilidad de encontrarse con el paisaje, de detenerse en los poblados y pasar varios días, encontrarse con la gente, el camino se vivía, podía durar una semana, o un mes, y las visitas se hacían también en razón de las distancias: cada cierto tiempo. Intuyo que el camino no era un trámite ni tampoco una convención para solo llegar al destino final, sino que entre el punto de partida y el destino final existía toda una serie de vivencias, experiencias y compartires que la modernidad y su tecnología de la comodidad individual nos ha quitado, eso que tanto aman y defienden como “desarrollo” es otro de los peores dogmas que desde arriba se ha impuesto bajo sus intereses, si bien la tecnología acorta el tiempo de llegada de un lugar a otro y puede ser mucho más cómodo que ir a pié, en bicicleta o en mula, a través de su autobús, de su automóvil nos cercena muchas posibilidades de socialización, nos mete en un cascaron que viaja a no se cuantos km/h para llevarnos a los centros de trabajo, que de paso no fueron hechos para satisfacer a los pueblos, sino realmente al sistema de libre mercado, que a cambio de unas cuantas migajas compra la fuerza de trabajo y se da el vuelto con sus tiendas, escoñetandonos por todos lados.

Salen aquellos trenes a no se cuantos km/h, aquellos automóviles y autobuses, que simbolizan una sobrecarga en la gente, de agitación, apuro, empujones, coñazas, arrecheras, ofensas, asinandonos en las ciudades, en sus autopistas, en sus metros, somos condicionados por el horario, en la mayoría de los casos no hay flexibilidad, a tal hora sales y a tal hora entras, miramos el reloj continuamente, y dejamos también horas enteras mirando y moviendo el dedo índice o el pulgar para mandar un mensaje por el celular, no miramos hacia los lados, no interpretamos lo verdaderamente esencial y necesario que nos permita ser, sino al contrario, nos empeñamos en autonegarnos y desperdiciar el tiempo en lo inanimado, en lo virtual, en lo muerto, en lo que otros ya vivieron, sin darnos la oportunidad de aportar desde lo que somos y el momento actual que vivimos, y lo peor de todo, es que mucha gente no se da cuenta, y practica la autonegación como si fuera algo perfectamente natural.

A comienzos de siglo XX se tenían que desmantelar aquellos ferrocarriles paridos de la Revolución industrial inglesa, y aquellos tranvías sacados de la copia de París que querían otros traspolar a estas tierras, para cambiarlo por el automóvil, el modelo norteamericano de economía impuesto a lo largo de todo el siglo XX, y de allí todo el concepto individual e insustentable de la industria automovilística y de las sociedades industrializadas a base de la energía del petróleo, de allí que se configurará a nuestro país como enclave de servicios Energéticos para que pueda funcionar la maquinaria destructiva del Poder Global.

Para ello la población tuvo que perder mayoritariamente su vínculo con la tierra, considerarse citadina, “cosmopolita” “civilizado” dentro de lo urbano, y considerar y convencerse erróneamente como mito de que lo rural y el campo es sinónimo de atraso, y detrás de aquello una gran desvinculación identitaria, un gran desprecio hacia la gente sencilla, un compromiso con el afuera, con el libre mercado, un desarraigo total en lo que vestimos, comemos, oímos y vemos, haciéndonos consumidores crónicos que nada piensan o hacen, sino que lo encuentran todo hecho, nos hicimos pues, en multiples divisiones y subdivisiones de roles para el mercado de trabajo, que a mayor especialización en más inútiles nos convertimos, más dependientes que nunca de la tecnología para poder andar (y hasta de funcionar), más dependientes que nunca del supermercado para poder adquirir alimentos, más dependientes que nunca de un trabajo de un dueño privado para obtener un salario que nos permita pagar la luz, el alquiler y los servicios públicos.

hoy en día disfrutamos poco del camino, porque lo consideramos solo un trámite, y es más, el tiempo que nos permitiría pensar y aportar cosas relevantes para ver como actuamos de otra forma, como procedemos de otra manera, o como visualizamos la cotidianidad desde una posibilidad real de recuperar soberanía y humanidad, lo dejamos pasar en preocupaciones egocéntricas, en requisitos administrativos o institucionales, en vez de aprovechar el camino para pensarnos y preguntarnos como pudiéramos darle la vuelta a este desastre que heredamos producto de siglos de capitalismo, la gente prefiere pasarle por encima viviendo solo lo suyo, su parcela, su individualidad, su individualidad egoísta e indiferente, en vez de aprovechar el camino pensándonos en colectivo decidimos muchas veces, por el pragmatismo, el apuro, el agite y los dogmas, la imposición, el autoritarismo y las formas lineales y unidireccionales, negar las posibilidades que pudieran darnos interesante maneras de emanciparnos.

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