miércoles, 12 de octubre de 2011

EL 12 DE OCTUBRE: A 519 AÑOS DE RESISTENCIA

MANIFIESTO ABY-AYALANO

Vivo en un país que era hace mucho tiempo cientos de pueblos distintos que se entendían en la unidad del Ser-gentes de Omaima, la unidad del ser-existir con la madre tierra, sociedades y civilizaciones del trópico que desconocían eso que se llama “desarrollo de fuerzas productivas”, pueblos que desconocían la “esclavitud” y la acumulación como motor o motivación del pensar y el hacer, sociedades que desconocían eso de “propiedad privada” e individualidad exacerbada, pueblos que desconocían la palabra “socialismo” o “comunismo” porque ya lo practicaban en forma colectiva sin llamarlo así, que ya mucho antes de la Revolución Francesa tenían formas de convivencia donde se respetaban los mares y las llanuras, se respetaban a todos los seres existentes, que no transgredían lo otro, lo distinto, lo diferente, sino que se complementaban. Que tuvieron y aún tienen comunas sin haber tenido que levantar barricadas parisinas o españolas, pueblos que han existido y existen sin necesidad de la industria y de los Estados detentados por dueños y corporaciones, pueblos originarios que se han alimentado y han tratado sus afecciones o desequilibrios corporales y medio-ambientales sin haber tenido que levantar farmacias y megaproyectos de infraestructura, y sin haber contratado a la empresa inmobiliaria.

Vivo en un país donde los Yekuana, los Panares y otros pueblos originarios comunitarios inventaron la vivienda colectiva e interfamiliar, la vivienda-comuna, la churuata, el shabono, la maloca, que albergan una veintena de familias, lo que no pudo inventar la unión soviética en 70 años de ensayo socialista, una vivienda de convivencia plena y vinculación cosmica-natural con el entorno que no transgredía ni transgrede los tepuyes ni las montañas.

Vivo en un país donde sus pueblos originarios inventaron la hamaca y el chinchorro, las mejores camas portátiles que haya inventado civilización alguna, fresca y ligera, lista para guindarse de cualquier rama, tronco o bohío, para vivir sin colchones o para no necesitarlos.

Vivo en un país en donde existe tanta diversidad, que tenemos más de 40 idiomas originarios, abundancia como para nunca pasar hambre y una Amazonía que nos impregna junto al caribe de un colorido y espíritu de trópico que refleja su inmensa historia por el cause de sus ríos y los ancestrales petroglifos de las gentes de kaína.

Vivo en un país que nunca tuvo reyes ni tampoco “luchas de clases” o división en clases sociales excepto cuando fue el invasor colonialista e imperialista quien las impuso y las trajo, en nombre de su religión, en nombre de su tecnología o en nombre del “desarrollo” y la “civilización”.

Vivo en un país que siempre fue refugio de muchos pueblos y gentes, un territorio surcado por manos y pies de hombres y mujeres de muchas culturas diferentes, sensibilidades, culturas caminantes y navegantes, interculturalidad expresándose en un ir y venir de palabras y lenguajes, en un ir y venir de andares que nunca tuvo alcabalas ni pasaportes.

Vivo en un país que únicamente ha salido hacia otros lugares y geografías andinas y suramericanas nada más que a dar libertad, para crear libertadores y emancipar pueblos, descalzo y semidesnudo, desprendido, sin cobrarle a otros hermanos nada a cambio.

Un país al cual la modernidad, la politiquería cuarto-republicana y la mediocridad rentista petrolera ha convertido a mucha de su gente en dependientes de la industria, ha embrutecido al pueblo con la mentalidad comerciante y pesetera, y lo ha inutilizado con las especializaciones de las academias, lo ha embriagado con actitudes acomodaticias y lo ha llevado muchas veces a emitir juicios u opiniones irresponsables desde la ignorancia, como licencia de lo más conveniente arraigado en el egocentrismo y el individualismo propios de las sociedades industriales. Y por si fuera poco, adictos a la televisión y sus medios informativos y de entretenimiento, adictos a cada nuevo invento que nos cibernetiza más y que nos roba cada vez más la soberanía, sin reflexión ni conciencia.

Vivo en un país que se ha dado una REVOLUCIÓN para recuperar la memoria, para meditar sobre LO QUE FUIMOS- reflexionar sobre EN QUE NOS HAN CONVERTIDO- y en lo que posiblemente PODEMOS LLEGAR A SER, una Revolución cultural para descolonizarnos y volver a tener un vínculo con la tierra, para dejar de ser instrumentos y objetos de otros, para reencontrarnos y redescubrirnos como pueblos, como gentes, ya no como industria, como institución o corporacion, ya no como iglesia o academia o como clase tal, ya no como partido ni como gremio, volver a ser gentes sin ninguna intermediación, vestidura o protocolo.

Vivo en un país que se ha dado una REVOLUCIÓN para las gentes y los “Corazones que lo habitan”, no para decorar o para alimentar máquinas o ciudades insostenibles, costosos canales de televisión que repiten lo mismo que las grandes cadenas y prensas internacionales.

Vivo en un país que se ha dado una REVOLUCIÓN para dejar de ser mercancía, dejar de ser minero y obrero, para dejar de ser comerciante y empresario de la enfermedad o de la muerte, para dejar de usurpar y de joder.

Vivo en un País que se ha dado una REVOLUCIÓN para vernos, sentirnos y encontrarnos desde lo sencillo, desde lo que históricamente hemos sido como pueblo, ya no como “El Rey de la Papa”, el dueño, el latifundista, el licenciado, el productor o el empresario, el gerente, la estrella de rock o el mafioso del reguetón.

Vivo en un país que se ha dado una REVOLUCIÓN para que sus gentes se emancipen desde lo cotidiano, ya no para que deleguen representaciones o entreguen su soberanía en funcionarios, ni para que confíen cargos esperando soluciones, o para que voten en las nuevas promesas en nombre de las hambres y las enajenaciones del libre mercado.

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