sábado, 19 de marzo de 2011

INCAPACITADOS PARA MIRAR

Lo más trascendental de mi vida hoy fue arrecostarme de un árbol, hacer una melodía mientras caían los mangos y sonaban aquellos mangazos que estremecían el suelo como un tambor.

Afuera se podía escuchar el terrible murmullo del tráfico, de los pitos y las cornetas, los frenazos de las camionetas, la terrible dinámica que nos aprisiona y desde la cual no disponemos de nuestro tiempo sino que otros disponen de nosotros. El Tiempo que transcurre al caminar o ir al trabajo, luego a la universidad para después regresar a casa, o el tiempo que transcurre y que se va dentro de una fábrica, una empresa, en una oficina, o haciendo lo que otros ya hicieron en vidas pasadas: tocar sonatas o detenerse a engrosar filas de orquestas y repetir los mismos repertorios de autores de otros siglos, lo cierto es que supuestamente vivimos en el siglo XXI y en realidad hacemos de todo menos vivir nuestro tiempo, ese pétalo del tiempo que apenas nos alcanza y que nos roban, para vivir lo que hicieron o establecieron otros.

Apurados, a un ritmo vertiginoso guiado por la angustia, un ritmo ajeno al cuerpo (que suele hacerse pasar por “natural”) un ritmo ajeno a todo, tan solo inmerso en un estrés constante que no permite ni siquiera mirar, miles de cosas ocurren mientras caminamos por la calle o transitamos un espacio, hay miles de gestos, miles de movimientos, miles de rostros…

Un árbol suelta sus semillas y sus flores, y éstos caen en el concreto en vez de caer en la tierra desnuda, en vez de tocar la piel de donde nacen las ternuras, en otro lugar se nota otro árbol moribundo ahorcado de cemento que contrasta con grandes carteles de mujeres modelando vestidos extravagantes, exhibiendo trapos para el prototipo de la mujer “moderna” y “cosmopolita”. En una Plaza se puede notar que para darle trabajo a los obreros, terminarán de llenar de concreto un oasis de árboles que sobrevivieron a la soberbia de un vecino horripilante llamado “Centro Comercial”, cercándolos y rastrillando la superficie para empezar a despojar de verdores el manto que los acompañaba. Y más adelante se ven las heridas de varios árboles en un bulevar que los cortaron por el cuello para que se pudieran ver las ventanas y la mole gris de un edificio; cerca de una casa mutilaron a otro bajo la escusa de que dañaba las tuberías y le podía caer encima a la gente, cuando el árbol se encontraba frondoso y bello, daba su mejor sombrita y cantaba con el viento. Y así se repiten las historias de mutilaciones y destrucción estúpida e irracional de quienes se arrogan el derecho de dañar, deacuerdo a sus escalas de “valores” o apreciaciones subjetivas, hecho que se repite a todos los niveles y geografías.

En Una mañana desayunaban las palomas junto a un kiosco, ellas se espantaban o se asustaban cuando sentían los pasos muy próximos de cualquier persona, o si pasaba algún perro callejero, como de costumbre comenzaba el día y con él podían verse las cajas y cajas de cerveza que descargaban de un camión para dejarlos en la licorería.

Y Como casi todos los días, salimos a justificar la existencia, ya sea trabajando, estudiando, o haciendo cualquier maricura, ese chantaje permanente en frases como “sino trabajo no como” o “sino vendo no como”, tener que depender del “empresario” para poder “trabajar”, para justificar que tenemos que pagar la luz, el agua, los servicios, para cubrir necesidades o para darse el “gusto” como desean muchos.

Esto de tener que justificarnos ante la familia, la novia, los amigos, la escuela, la academia, la iglesia, la fabrica, el patrón, (o sus representantes), que te llevan o te obligan a aceptar, o que te imponen una despreciable clase comerciante, que encarece y juega con los precios y la economía, haciendo de todo un ambiente contradictorio, conflictivo, fraudulento, incierto, complejo y confuso, que no te permite vivir en paz, sino en zozobra.

Esta dinámica de la justificación que te leva a entrar en las reglas y las leyes del marcado, a trabajarle a los dueños privados, o a ser a imagen y semejanza de estas sociedades de consumo, siendo ésta la autonegación del ser por el producto, niega tantas posibilidades de pensarnos, nos separa cada vez más y más, nos instrumentaliza, nos hace tan ciegos, que la persona por si misma no puede o no quiere ver, mirar, sino seguir actuando mecánicamente, sin reflexión ni conciencia. El Ser social es reemplazado por un individuo totalmente ajeno de si mismo, un individuo limitado, inutilizado, que cumple solo una determinada función dentro del mercado de trabajo que ofrece el capitalismo.

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