Existen dos paradigmas que propone Occidente: uno individual extremo (individualismo) y otro colectivo extremo (comunismo).
El paradigma individual, que está vigente, determina las relaciones sociales, jurídicas y de vida; desde hace siglos está llevando a las sociedades de todo el mundo hacia la desintegración, debido a un alto grado de desensibilización de los seres humanos. Esto ha ido depredando la vida en su conjunto. Para este paradigma, lo más importante es la acumulación del capital. Para el paradigma colectivo extremo –comunismo o socialismo, el bienestar del ser humano es lo más importante, sin tomar en cuenta las otras formas de existencia.
La cosmovisión individual antropocéntrica de occidente surge de la concepción de que el “ser humano es el rey de la creación”. El mito de la creación, donde la mujer sale de la costilla del varón, genera el machismo. Además, su dios y el hijo de su dios es varón, lo que reafirma la hegemonía del varón sobre la mujer. La idea de que “su dios es el único y verdadero” genera la idea de que existe una sola verdad (universo). De ahí surge el proceso de homogenización. Estas concepciones “sagradas” van marcando e imprimiendo todo un proceso de interacción y relación de vida individualista-machista, meramente humanista y donde el rol de la mujer es aleatorio y secundario y se coloca al humano por encima de las demás formas de existencia, generando una estructura piramidal jerárquica en una relación de sujeto-objeto que da la potestad al humano de usar y abusar de todo lo que le rodea.
Por otra parte, el individualismo sólo concibe en su accionar dos premisas: el Si y el No, que generan a su vez por oposición una lucha de contrarios. Esta dualidad contrapuesta estructuró también el pensar y el hacer del ser humano. Profundizando en la dialéctica, veremos que da lugar a formas extremas de admitir solamente lo dual, pero en lucha, en oposición; como los extremos de individualismo en su máxima expresión y comunismo en contraposición. Ambos con un pensamiento totalitarista y excluyente, de visión antropocéntrica. Producto de esta forma de concebir la vida y el mundo, hoy estamos viviendo una crisis sin precedentes y un desencuentro en todos los niveles y aspectos de la vida.
Desarrollo y progreso
La Madre Tierra y el pensamiento predominante se están transformando, pero todavía gran parte de la humanidad no termina de asimilar las dimensiones y consecuencias de este tiempo. Los modelos “pro-civilizatorios”, desarrollistas y modernistas hegemónicos en el planeta durante los últimos siglos están llegando, si es que no han llegado ya, a un tope, y por lo tanto toca el descenso. No se trata sólo de un problema económico, social, político o cultural. Las promesas de progreso y desarrollo que en algún momento guiaron a toda la humanidad, ya mostraron a plenitud sus limitaciones y efectos devastadores, sobre todo en países “altamente desarrollados” como los europeos, en los que hoy en día la prioridad ya no es el desarrollo sino la forma de revertir todo el daño que se ha causado.
Al hablar de desarrollo, hablamos también de las relaciones comerciales en las cuales los pueblos indígenas-originarios muchas veces se ven obligados a insertarse, hecho que va rompiendo los tradicionales sistemas de intercambio de productos.
Los pueblos amazónicos señalan que ellos tienen una dinámica propia de asimilación y de participación en los intercambios comerciales tradicionales, y es con esa visión que se acercaron a la economía de mercado, sea como mano de obra o como proveedores de materia prima. Pero la lógica del mercado a la que se incorporaron no es de reciprocidad, es de explotación extrema. Por lo tanto, quedaron atrapados en una lógica de consumo de la que tenían poca oportunidad de escapar y estaban en desventaja tecnológica. En consecuencia, se depredaron los recursos naturales, su propia vida cotidiana y la de la comunidad, convirtiéndose todo en mercancía.
Los recursos naturales son para la venta en gran escala y su vida cotidiana es explotada como entretenimiento para los turistas “solidarios”. “Así abrimos nuestras comunidades para actividades comerciales como el ecoturismo, cuyo resultado más drástico es el abandono de nuestras tareas diarias de continuidad para tornarnos mano de obra para el mercado del entretenimiento. Nuestra vidas comunitarias fueron miradas como ociosas y esa ociosidad era la causa de nuestra pobreza material, así lo fundamental era tornarnos en el menor espacio posible seres productivos y que de forma urgente deberían participar en el mercado, y no en los patrones justo de equilibrios sociales, porque eso era lo único que ofrecía en poco tiempo la posibilidad de mayores ingresos. Nos decían que luego seríamos ricos y lógicamente saldríamos de la miseria en que nos encontrábamos.
Participar en el mercado internacional era la gran salida, incluso para muchas comunidades que nunca habían manejado billetes y su relación con el comercio local era hasta entonces esporádica y basada en el sistema de trueque. Evidentemente que para atender tal exigencia se necesitaba asistencia técnica; así fuimos invadidos por un grupo de personas que jamás habían estado con nosotros y pasaron a “enseñarnos” de todo. Se multiplicaron los famosos proyectos productivos comunitarios y las cooperativas de comercialización.
El resultado de todo este proceso es mayor dependencia de los productos manufacturados y de recursos externos para todo tipo de actividades comunitarias. Y, sin duda, el debilitamiento de nuestro patrón sostenible. Lastimosamente, nuestros “aliados” nos miraban, pero no nos veían”.
El medio ambiente ya no puede soportar más “procesos de industrialización” ni “revoluciones verdes” –ya no está en juego sólo nuestra especie, también se ha comprometido el equilibrio de todos los ecosistemas-; la economía (de mercado) sólo ha creado “pobres” donde antes existían comunidades plenas de seres humanos dignos –el pensar que todo tiene un valor monetario ha terminado por quitar valor a la vida-; los mercados mundiales ya no tienen donde expandirse y existe más oferta que capacidad de consumo. A pesar de no existir una capacidad de consumo equivalente a la oferta no sólo de bienes sino hasta de servicios (incluso los básicos), parece ser el único o por lo menos el mayor horizonte que contempla la humanidad. Esa competencia por tener y ser más cada día, el hacinamiento en las ciudades, la consecuente producción excesiva de basura, el deterioro de las relaciones, de la familia, del propio individuo, son sólo algunos de los
frutos que quienes persiguen el “desarrollo” han cosechado.
El paradigma del desarrollo-consumismo ha producido el gravísimo calentamiento global, del cual no tiene como salir, y lleva a la autodestrucción de la vida en el planeta. Las posibles soluciones al cambio climático que se plantean, como veremos más adelante, no tocan el tema de fondo, y tienden a ser en algunos casos solo “parches” al modelo. Lo cierto es que si no se respetan los derechos y las propuestas de los pueblos originarios, no habrá salida al calentamiento global y todo lo demás se quedará en intenciones.
Durante los últimos años se ha venido dando un proceso de búsqueda de alternativas a esta crisis. Hay una necesidad de retornar a una vida más natural y a los valores y principios ancestrales, especialmente en los países industrializados. Pero para ellos es más difícil porque son los que más se esforzaron en acabar con sus culturas originarias y exterminar todos los rasgos “premodernos” que podían haber sobrevivido a la arremetida de la modernidad.
En cambio, en los países llamados “del tercer mundo” las prácticas sociales relacionadas con lo “pre-moderno”, las visiones y alternativas civilizatorias distintas a la “occidental”, son parte de todos los días, son parte de la cotidianidad. Al ver los resultados que el desarrollo ha logrado en países “del primer mundo”, las distintas acciones de resistencia a una globalización neoliberal siguen sumándose en todo el mundo y mantienen aún muchos espacios “pre-modernos” que no han podido ser desestructurados del todo.
Esto se da de manera más contundente en la región andina, que fue cuna de una de las civilizaciones más importantes del planeta. La visión de que todo vive y está conectado, el principio comunitario, la reciprocidad y muchos otros principios se han mantenido y hoy están siendo referentes en todo el mundo para encontrar un nuevo paradigma para vivir bien. El mundo ha empezado a hablar de desarrollo sostenible o desarrollo sustentable. Se escucha en todo lugar: foros mundiales, encuentros, asambleas, talleres y todo tipo de iniciativas para discutir sobre qué tipo de desarrollo se va a llevar adelante. Se habla de desarrollo armónico, desarrollo con identidad, pero no se está tocando el tema de fondo. Incluso, al inventar el concepto de “desarrollo con identidad” y hasta confundirlo con el buen vivir, el mundo occidental no recoge los saberes originarios ni analiza la esencia y las implicaciones del desarrollo.
En la cosmovisión de los pueblos originarios, como afirma el Canciller de Bolivia, David Choquehuanca, no se habla de desarrollo: “para nosotros no existe un estado anterior o posterior, de sub-desarrollo y desarrollo, como condición para lograr una vida deseable, como ocurre en el mundo occidental. Al contrario, estamos trabajando para crear las condiciones materiales y espirituales para construir y mantener el Vivir Bien, que se define también como vida armónica en permanente construcción.
Como el Vivir Bien va mucho más allá de la sola satisfacción de necesidades y el solo acceso a servicios y bienes, más allá del mismo bienestar basado en la acumulación de bienes, el Vivir Bien no puede ser equiparado con el desarrollo, ya que el desarrollo es inapropiado y altamente peligroso de aplicar en las sociedades indígenas, tal y como es concebido en el mundo occidental. La introducción del desarrollo entre los pueblos indígenas aniquila lentamente nuestra filosofía propia del Vivir Bien, porque desintegra la vida comunal y cultural de nuestras comunidades, al liquidar las bases tanto de la subsistencia como de nuestras capacidades y conocimientos para satisfacer nosotros mismos nuestras necesidades”.
Entonces, cuando hablamos del proceso de cambio, estamos hablando de un cambio de estructuras, un cambio de paradigmas, y no simples reformas o cambio de contenidos.
Paradigma Indígena Originario
Paradigma Comunitario
Para reconstituir el paradigma de acción y esencia comunitaria se debe comprender la concepción cosmogónica comunitaria, Las muchas naciones indígenas originarias desde el norte hasta el sur del Abya Yala tenemos diversas formas de expresión cultural, pero todas emergen del mismo paradigma comunitario: concebimos la vida de forma comunitaria, no solo como relación social sino como profunda relación de vida. Por ejemplo, las naciones aymara y quechua conciben que todo viene de dos fuentes: Pachakama o Pachatata (padre cosmos, energía o fuerza cósmica) y Pachamama (Madre Tierra, energía o fuerza telúrica), que generan toda forma de existencia. Si no reconstituimos lo sagrado en equilibrio (Chacha Warmi, Hombre Mujer), lo espiritual en nuestra cotidianidad, definitivamente no habremos cambiado mucho, no tendremos la posibilidad de concretar ningún cambio real en la vida práctica.
Los pueblos indígenas originarios percibimos la complementariedad con una visión multidimensional, con más premisas que el Sí y el No. Inach o inaj en aymara es un punto de encuentro, de equilibrio integrador. En la complementariedad comunitaria lo individual no desaparece sino que emerge en su capacidad natural dentro la comunidad. Es un estado de equilibrio entre comunidad e individualidad.
Los problemas globales necesitan soluciones globales estructurales. Requerimos un amplio cambio en la visión de la vida, la humanidad busca una respuesta y los pueblos indígenas originarios planteamos el paradigma de la cultura de la vida, que es naturalmente comunitario.
El paradigma de la cultura de la vida emerge de la visión de que todo está unido e integrado y que existe una interdependencia entre todo y todos. Este paradigma indígena-originario-comunitario es una respuesta sustentada por la expresión natural de la vida ante lo antinatural de la expresión moderna de visión individual. Es una respuesta no solo para viabilizar la resolución de problemas sociales internos, sino esencialmente para resolver problemas globales de vida.
El ser humano hoy tiene que detenerse, ver hacia atrás y hacia el horizonte y preguntarse acerca de cómo se siente, cómo está. Seguramente sentirá soledad y desarmonía a su alrededor. Hay un gran vacío dentro y fuera de cada uno y es evidente que se han desintegrado muchos aspectos de la vida: individuales, familiares y sociales. Es como una disfunción colectiva que ha anulado la sensibilidad y el respeto por lo que nos rodea, resultando en una civilización muy infeliz y extraordinariamente violenta, que se ha convertido en una amenaza para sí misma y para todas las formas de vida del planeta.
Para reconstituir nuestra vida necesitamos impulsar acciones en muchas dimensiones: locales, nacionales e internacionales; emerger de una conciencia comunitaria para vivir bien; comprender que debemos empezar por integrarnos a todo y a todos, que necesitamos acercarnos a los demás.
En este proceso de entendimiento de nosotros y de los demás no hay un primer paso seguido de un segundo, es una interacción permanente, pues una reflexión interna inmediatamente genera una repercusión externa; más aun: es simultánea. Así iremos dialogando y reencontrándonos.
Habiendo reflexionado y sentido esa soledad interna y externa, es necesario volver a integrarnos y ver hacia dónde estamos caminando. ¿Será hacia el vivir mejor, con acumulación económica y éxito individual? O hacia el vivir bien, para despertar en la sonrisa de los demás, en la alegría y el brillo de los ojos de los demás. Esto trasciende a toda la vida en su conjunto, que hoy por hoy está en emergencia. Ir más allá de lo meramente racional y devolvernos esa visión multidimensional natural, la capacidad de percibir otros aspectos importantes de la vida, más allá de lo estrictamente material, en especial aquello intangible que también determina nuestras vidas.
Los pueblos indígenas de la Amazonía16, consideran que es importante volver a pensar y accionar sosteniblemente, identificando para ello lo que los hace fuertes y lo que los debilita: “Nos hemos alejado de nuestros principios mayores. Sobre todo cuando nos encontramos en los centros urbanos, somos presas y caemos fácilmente en las trampas del poder económico y del individualismo. Con esas amarras, nos tornamos agentes suicidas en nuestros sistemas sociales y culturales. La vergüenza de ser lo que somos genera cambios en nosotros como personas y buscamos hacer esto también a los demás.
Alejados de nuestro sistema socioeconómico y cultural, donde no se permite que una persona trabaje para el usufructo de otra, en la actualidad hemos experimentado de tal forma la relación social, que muchos de los jóvenes con tal de ganar un sueldo dejan la vida comunitaria para tornarse agentes del ‘desarrollo’. Casi todos nosotros en la Amazonía producimos para la economía de mercado y negociamos directamente con ella, sea a través de la venta de productos nuestros o de manera externa. Esto ha quebrado el sistema de reciprocidad –producción, distribución y consumo-, ha alterado el uso de los recursos naturales, la forma de movilidad social y sobre todo los patrones alimenticios”.
Más allá de sólo un nuevo planteamiento, es algo que surge para restablecer la vida. Hay que empezar a emerger desde la cultura de la vida, que tiene un enfoque comunitario. Para ello es necesario volver a sensibilizar al ser humano, lo cual parte de una integración, no sólo humana sino con todas las formas de existencia.
(Fragmento extraido del escrito de Fernando Huanacuni (2010) "BUEN VIVIR, VIVIR BIEN, Filosofía, políticas y estrategias y experiencias regionales andinas"; de la coordinadora andina de organizaciones indígenas-CAOI.
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